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César García Urbano Taylor: Integración y Constitución (Parte II)

Sólo las implicaciones político-constitucionales de la reforma protestante y el orden de medido equilibrio interestatal que se alumbró en Westfalia, permitió empezar a plantear las cosas de otra manera. Europa, como realidad práctica y no puramente nominal, surge como consecuencia de la quiebra del universalismo medieval, dualmente encarnado por el pontificado y el Imperio. Crisis acelerada por el humanismo renacentista y el cristianismo de Reforma, y precipitada por el gran cataclismo de la Guerra de los Treinta Años, produciéndose lo que el eminente historiador W. Fritzemeyer denominó “paso de la Cristiandad a Europa”.

Así pues, Europa, mediado el siglo XVII, se presenta conformada por un conjunto de estados –tanto más numerosos cuanto más nos acercamos al siglo XX- donde la defensa de intereses propios por parte de cada miembro de la nueva comunidad, motivará el enfrentamiento permanente tendente a la ruptura del status quo para el establecimiento de su hegemonía de poder.

Tal es el episodio histórico protagonizado por Napoleón que entre otras cosas consistió, en retomar pretéritas tradiciones para dominar la vida y cultura de Europa; lo cual determinaría el grado de control y cohesión de su unidad imperial. Una Europa unificada y uniforme al servicio de Francia, como cabeza del Imperio, constituía el objetivo último del emperador. El Imperio, es decir la estructura que correría superpuesta al mosaico de territorios europeos, al imponer una unidad de fidelidad, de fe espiritual laica, de legalidad, etc., mantendría en Europa la añorada idea de pertenecer a una misma comunidad. Y así lo expresó Napoleón al Duque de Caulaincourt, en 1811: “arrastro a toda Europa tras de mí, y Europa no es sino una vieja mujer, de la que haré lo que se me antoje… ¿Qué puedo hacer yo, si un exceso de poder me arrastra a la dictadura mundial?… Quiero acabar lo que apenas está esbozado. Necesitamos un código europeo, una misma moneda, los mismos pesos y medidas, las mismas leyes; es menester que haga de todos los pueblos de Europa un solo pueblo”.

Todo esto se reflejaría directamente en los sucesos que en América Latina dieran inicio a las continuas batallas libradas en búsqueda de la libertad, para posteriormente asumir tendencias unificadoras.

A partir de la definitiva derrota de Napoleón en 1815, las potencias vencedoras, reunidas en el Congreso de Viena, acordaron instaurar un sistema político basado en el equilibrio de poderes, el cual regirá las relaciones entre los estados europeos, hasta la Primera Guerra Mundial.

Bien sea que se trate de una integración imperial, regalista o nacionalista (caso del Tercer Reich en Alemania), la misma se configura por medio de métodos coactivos destinados a la centralización y a la uniformización

Por César García Urbano Taylor

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