Brasil se encuentra en una encrucijada política, económica y social cuya salida, de acuerdo con el entender de muchos, depende de una convocatoria a nuevas elecciones presidenciales. Dilma Rousseff reiteró que no firmará su renuncia a pesar de las presiones de la gente en la calle.
Dilma Rousseff no entregará el gobierno, de acuerdo con lo informado por la propia mandataria durante un encuentro con representantes de medios de comunicación social nacionales e internacionales. La mandataria no cree en la posibilidad de que sea destituida por la vía parlamentaria, lo que en términos técnicos se conoce como el impeachment.
Rousseff ha recibido el respaldo en los últimos días de su mentor político, el expresidente Lula Da Silva, quien al igual que ella es acusado de haber permitido la comisión de numerosos delitos relacionados con la corrupción en Petrobras, la estatal petrolera de Brasil.
Miembros del Congreso, incluso aquellos que en el pasado se dijeron aliados de Dilma Rousseff, creen firmemente en la posibilidad de apartar a la mandataria del poder de manera definitiva, año y medio después de su reelección.
Eduardo Cunha, el diputado al frente del Congreso, podría ser una figura clave en la destitución de Dilma Rousseff. De ser así, la presunta alianza entre el Partido do Movimento Democrático de Brasil y el Partido de los Trabajadores quedaría disuelta en la práctica.
