Deporte

Caracas, en busca de luz

La llegada de Fernando Aristeguieta al aeropuerto de Maiquetía fue un viaje hacia el pasado, el presente y el porvenir inmediato.

Los aficionados no pueden olvidar al adolescente que se hizo nombrar por sus goles imposibles, y ese es el pasado; su encargo para redimir al equipo desde la dirección técnica, ahora que el escuadrón vive horas difíciles, es el presente; la llegada a lugares prominentes en el campeonato y su participación en las copas suramericanas, es el porvenir inmediato.

En el estadio Olímpico se corea su apellido, “¡Ari, Ari, Aristeguieta!”, “¡Colo, Colo, Colorao!”, retumba en la grada sur que da al estadio Universitario. Fernando ha entrado en el alma popular, en el corazón de la gente, que es el lugar la idolatría. Mas, si no hay resultados, si no hay una escalada firme en la zona de clasificación, pues los hoy incondicionales pedirán bajar al hombre de la estatua erigida con tanto amor y consideración.

Si miramos en retrospectiva, podremos palpar la conversión conceptual y económica vivida por el Caracas en los años recientes. De aquel equipo millonario, el de las contrataciones siderales, el que se trajo a Stalin Rivas de Bélgica en una extravagante transacción; el que pagó una fortuna en los términos venezolanos a José Manuel Rey para tenerlo como zaguero central; el que manejado por Noel Sanvicente, y con una escuadra de lujo con algunos de los mejores jugadores nacionales del momento, quedó a solo un gol de visitante del Gremio de Porto Alegre para apartarlo de las semifinales de la Copa Libertadores del 2009, a este de hoy, hay una diferencia que podría ser, valiéndonos del sentido figurado, de Venezuela a la China. Sin nombres relucientes, sin contrataciones como las del pasado ni recursos suficientes como para derrochar, el equipo se defiende a golpe y porrazo, como puede, tratando de no perderse en la intrincada selva de la amarga derrota.

A este equipo ha llegado Aristeguieta. A servir de GPS de rescate en la jungla al Caracas Fútbol Club, a ser el baquiano que apartará el monte y los árboles caídos en el camino para llevar al grupo a mejores y más amables destinos. El club jugó la reciente Libertadores arrastrado por vientos contrarios, aquellas ráfagas de malos presagios que lo llevaron a no ganar siquiera un partido y poder mostrar una actuación decente.

Ahora la afición, rescatando en la memoria a aquel grupo de los días de “vino y rosas”, como cantara alguna vez el trovador Ismael Serrano, estaría encantada si el “Colorao”, metiendo la mano en la chistera de los magos, pueda ser el hombre de la conversión, aquel que le devuelva a la camiseta de rojo encendido la alegría de cuadro invencible.

La añorada conversión que haga de “Los Rojos del Ávila”, otra vez, el gran vencedor del fútbol nacional. El de los doce títulos. El de seguir el ejemplo “que Caracas tendrá que dar”.

Un encuentro con el “Pequeño”

La mirada para el fútbol y para la vida ya no es la misma. Aquel jugador inquieto, goleador, perspicaz, luego director técnico, se ha transformado a sus 47 años de edad, en tutor de su escuela de fútbol “Pequeño Rondón”, que funciona en su natal Cumaná.

“Allá tengo 120 niños y jóvenes en diferentes edades.

Desde preinfantil hasta sub-20”, explica Alexander, antiguo atacante Vinotinto en una época dorada del Caracas, en estos días de paso por la capital del país.

Desde el estadio Olímpico se catapultó hasta el Sao Paulo, por entonces, 2004, una rareza en el fútbol venezolano, en el que por falta de oportunidades poco pudo demostrar su talento de artillero. “Estoy tratando de formar a los muchachos, a los cumaneses de hoy. Que no piensen en la cerveza, en la bebida que es una costumbre en mi tierra, sino en su formación como ciudadanos”.

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