Lo más parecido a la Bolsa de Valores de Nueva York debe ser el Mundial de Fútbol. Todo ahí sube y baja como el dinero bursátil, porque todo dependerá de cómo te vaya en cada partido, que es algo así como la escalada o la bajada de la propiedad inmobiliaria.
Llegar al Mundial ya es un motivo para que los clubes, guiados por las “manos maestras” de los empresarios, alcen las cejas. “Oh, ya están en el Mundial. Esperamos verlos para conocer qué tal son en los grandes partidos”.
Las ilusiones revientan de goce en cada juego, y con más razón si las cosas salen según lo planeado. Ahora recodamos a James Rodríguez en el Mundial Brasil 2014. Deslumbró con su fútbol, con aquel gol inimaginado marcado a Uruguay, Sus enteros estaban en lo más alto, y el Real Madrid se entusiasmó con el colombiano.
No obstante, aquella subida de valor en la cotización internacional se fue desmoronando poco a poco; el Mundial le había dado alas, pero la realidad se las cortó de un golpe de tijera; pero el jugador, a cuenta de su actuación de lujo en Río de Janeiro, siguió repicando en las mentes del futbol europeo y por eso es ahora mediocampista del Rayo Vallecano… Ahí está la gracia de crecer en el Mundial, y ahí podría estar la de la Vinotinto en el 2026.
No sería igual, por poner un ejemplo, Jon Aramburu o Jefferson Savarino hoy, que llegar a Estados Unidos-México-Canadá y dar nota alta. Su precio sería tres o cuatro veces más del que hoy se aprecia en el Trasfermarkt, que es así como el criterio supremo del valor de un futbolista.
Pero, si por el contrario, Venezuela va al Mundial y no trasciende, no da de qué hablar, los comerciantes de jugadores se preguntarán: “¿Y quiénes son esos muchachos, qué vinieron a buscar aquí?”. Esa es la fortuna de uno y de otro; el cara o sello del fútbol, el sortilegio misterioso en el que los destinos se tuercen a cada instante: tiene sus caminos derechos, pero también sus atajos y sus terribles emboscadas…
El Mundial es, al final de todo, cuánto valías, cuánto vales ahora. Para la Vinotinto es urgente llegar, porque sería una aspiración de vida y lo sería más ganar algún partido, traspasar la frontera hasta los octavos de final.
Eso despertaría miradas y alertas, especialmente para los jugadores más jóvenes. Es, como decíamos al comienzo, la gran oportunidad de elevarse por encima de las circunstancias, del anonimato, y llegar al edificio en el distrito de Manhattan, donde funciona la Bolsa de Valores, y decirle a los agentes, a los corredores del gran dinero, “¡abran paso; aquí venimos nosotros!”.
Nos vemos por ahí.