Aveces los días pueden traer amargas noticias. Noticias de horas bajas, de derrotas, de mala leche. Y así fue para Venezuela entre la semana pasada y la actual, luego de que los juveniles fueran eliminados en el Suramericano sub-20 jugado en el estado Lara, y que los Cardenales, por asunto casual el equipo del mismo estado, perdieran la posibilidad de llegar a la gran final de la Serie del Caribe.
Todo esto fue un derroche de esperanzas que terminó en desperdicios lanzados al fondo del mar. Con los muchachos se pensó que se podía repetir aquello de 2017 cuando el equipo tuvo alma para llegar al partido decisivo, perdido ante Inglaterra, o cuando menos, para revivir lo del Mundial de Egipto y traspasar la primera ronda y jugar los octavos de final. Entonces, a recomenzar, pues estas son selecciones de edades tránsfugas, y por ello, en la que pocos jugadores repiten de un torneo a otro. Unos se van, otros llegan y continúa el movimiento indetenible del carrusel de los tiempos…
El sueño victorioso también acompañó a los Cardenales. Mirándose en el espejo de los TIburones de La Guaira, campeones del año pasado, fueron a México llevando en el avión aquel lugar común endilgado, año a año, en los medios venezolanos: “es un trabuco”. Ni trabuco ni nada parecido. Sin palos para dar y asomarse al precipicio de la indeseada eliminación, luego superada hasta llegar a la semifinal. Suele pasar en este país; sea en el deporte que sea, y hasta en los concursos del Miss Universo, construimos favoritismos no siempre justificados.
Como quiera que sea, dos fracasos, pero atenuados por aquella virtud que tiene el deporte en la figura del desquite. Habrá otro sub-20, vendrá una nueva Serie del Caribe, y ojalá que se dejen atrás los “trabucos”, que al final de todo se convierten en una nueva responsabilidad para los jugadores venezolanos…
Y por cierto, queríamos hacer una observación hecha por nosotros y otros periodistas, por lo que no es original pero resulta siempre valedera. A los medios de comunicación, nacionales y extranjeros, les da por mencionar a los equipos de la Serie del Caribe por el nombre del país al que representan, tal como si fueran selecciones nacionales, y que llevan en sus camisetas.
Sabemos que es más fácil y cómodo hacerlo así, pero si miramos al fútbol y la Copa Libertadores, no pasa lo mismo. Los equipos llevan su nombre original y aunque se conoce de cuál país proceden, no se les llama “el equipo de Argentina, Brasil o Colombia”, por citar a tres. Claro que decir que son de tal o cual nación tampoco es un barbarismo idiomático ni conceptual, pero en rigor, como dicen los literatos, es una incorrección. Nos vemos por ahí.
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