La historia de Venezuela en la Serie del Caribe es amplia y, claro, está llena de momentos inolvidables, algunos muy buenos y otros no tanto. Es una historia que nos invita, año tras año, a ser testigos de cada clásico, siempre sintiéndonos favoritos, siempre confiando en que nuestro beisbol es uno de los mejores de todo el Caribe. Claro que nos hemos llevado unas cuantas decepciones, pero esas se olvidan cuando la gloria se alcanza con el título o con una demostración de buena pelota como la protagonizada el martes por Jesús Vargas.
El derecho venezolano, que refuerza al Cardenales de Lara, fue llamado para enfrentar al Japan Breeze en el cuarto juego de la primera ronda.
Su misión era encaminar una victoria que metiera a los de Henry Blanco en semifinales. Pero hizo mucho más que eso. Lanzó 8.0 innings sin permitir hits, ni carreras, 55 de sus 86 lanzamientos fueron strike, sorteó tres boletos y abanicó a siete contrarios, los últimos tres de forma consecutiva en ese octavo episodio que terminó siendo el último porque -en la parte baja- la ofensiva crepuscular llegó a 10 carreras y concretó el nocaut. Le tomó unos minutos entender lo que sucedía.
Se quedó sentado, tranquilo en el dugout, mientras todos salían eufóricos a recibir a Alexi Amarista que acababa de dar jonrón. Cuando finalmente comprendió lo que acababa de pasar se unió a la celebración con una enorme sonrisa en el rostro. Era más de lo que cualquiera hubiese podido pedir para un choque crucial, que tomó aún más importancia cuando a primera hora los representantes de Puerto Rico vencieron a los dominicanos y le dejaron a Cardenales una sola opción, ganar.
Vargas cumplió con el equipo, pero más importante aún se cumplió el mismo, dejando en el olvido aquella última salida en la final de la LVBP, en la que el propio Cardenales lo sacó de juego tras un inning y un tercio. Fue una victoria con sabor a revancha y mira que esas son difíciles de olvidar. Ahora está en las páginas doradas del clásico caribeño. Es apenas el tercer lanzador que completa la hazaña en este torneo, uniéndose a Thomas Fine, que lo hizo con Rojos del Habana (Cuba) en 1952, y por supuesto a Ángel Padrón que lo consiguió el año pasado con Tiburones, también para cerrar la primera fase del torneo y servir de inspiración para resto del torneo.
Al momento que se escribe esta columna, aún no se conoce el desenlace de esa semifinal ante los Leones de Albert Pujols.
Pero, como quiera que sea, pase lo que pase, este clásico vivirá eternamente en la memoria de la afición venezolana porque Jesús Vargas se encargó de hacerlo especial. Y una vez más la pelota deja claro que el éxito es para los que no se rinden ante los tropiezos, para los que son capaces de pasar la página rápido y tienen siempre vivo el deseo de competir.
El éxito es para hombres como Jesús Vargas o sus compañeros que, aun cayendo en sus primeras dos salidas, fueron capaces de callar a los necios y sacar, justo a tiempo, el juego que los hizo campeones.