Leer a Elkin como inmediato efecto colateral de su mención por Vila-Matas. Una de esas maneras en que uno empieza a enlazar lecturas y que voy a apuntar como un punto adicional para recomendar leer al barcelonés.
Porque aunque no se trate de un autor al uso, aunque ese recomendable que me ha costado un poco decidir tenga el pequeño matiz de que no es una opinión para todos los públicos, siempre procura cierta satisfacción acceder a autores que nos eran ajenos, y Elkin, aunque coetáneo de esa generación (Pynchon, DeLillo, Barthelme, Gadds) que se alinea con una concepción (glups) post-moderna y que presenta ciertos rasgos amenazadores para con el lector convencional: El no va más no es una novela para cualquier lector (no negaré que algún pasaje en la segunda parte me hacía preguntarme qué hacía yo leyendo este texto tan extraño.
Así que es absurdo, pero hay que intentar con una sinopsis: Ellerbee posee una tienda de licores en un mal barrio. Dos de sus dependientes han sufrido las consecuencias en sendos atracos. Uno falleció y el otro quedó enfermo de por vida. Ellerbee obró con ellos con un extremo sentido de la ética y la responsabilidad, siguió pagando su salario a sus familias, se encargó de que nada les faltase pues los consideraba caídos en acto de servicio. Y se traslada a un barrio más seguro con su negocio, pero allí todo resulta peor, y es él quien es asesinado en un nuevo atraco.
Hasta aquí podríamos decir que la novela tiene un desarrollo convencional, incluso que se escora hacia el género negro ya que resulta todo lineal, secuencial, accesible. Para nada. Lo que viene a continuación podría pasar por una total pasada de rosca del autor. Elkin cambia el escenario de la novela y nos vemos situados en el Paraíso y después en el Infierno.
Allí donde Ellerbee acaba junto a algunos de los personajes que ha conocido en su vida. Con un radical corte de la coherencia espacio-tiempo pues se encuentra con su asesino que ha fallecido pasados unos años. Y allí habla con ellos, entre dantescos sufrimientos, que eso es el Infierno, y habla con Dios y con Jesús y hasta con San Pedro, consciente de que aquello va para rato y la eternidad ha de justificar su nombre incluso entre llamas, azufre y constante padecimiento.
Más que impactar por esa descripción de esa rutina, a partir de ahí la novela se planta en una especie de simbolismo al que pueden encontrarse capas, y no acabo muy convencido de si es una crítica velada a las creencias religiosas o hasta una metáfora extraña de la sociedad americana.
El Infierno parece más bien una instalación tediosa a la que sus moradores se adaptan y el Dios descrito se asemeja más bien a un empresario cabrón que somete día a día a sus subordinados -incluyendo arbitrariedad y comportamiento errático y caprichoso, y todos esos diálogos en que los personajes intentan aportar matices a sus malos actos del pasado resultan a veces incomprensibles y otras simplemente absurdos intercambios de ideas aunque he de decir que seguro que relecturas de la novela podrán aportar más pistas y estructurar algo que podrá parecer absurdo en una primera lectura. Que no es que sea exactamente algo de lo que quejarse, por cierto.
Por dateando.com